sábado, 27 de diciembre de 2014

[Caos] I



La cola del metro avanzaba lentamente. Se cierra la puerta. Abandonas tu vida.
Dejas atrás los únicos recuerdos que has conocido, y sigues adelante. Cada kilómetro que avanza se me clava en el pecho, y me siento más niña que nunca.
Todo el miedo que guardo entre las costillas parece golpear en cada latido.
Todos parecen tranquilos, y mi respiración agitada es lo único que se puede escuchar en el vagón aparte del metro deslizándose por las vías.
Parecía imbécil. Podía notar la mirada de una mujer, apenada, juzgándome en silencio. Respira.
El vagón, según pasaba el tiempo, se iba vaciando. El hombre de mi lado me avisó que ya estábamos a punto de llegar a Washington, y a mi eso me alteró.
Me sudaban las manos. No sabía si me saldría bien las cosas. Pero no tenía nada que perder.
Maldita sea, si Agatha y Louis me hubieran creído a mi en vez de a Julie nada de esto hubiera pasado.
- ¡Es una mentirosa, por Dios! - gritó Julie señalándome. Sabía de lo que hablaba, como también sabía que toda la culpa la tenía ella -. Nunca debisteis haberla sacado de aquel orfanato.
Me quedé callada. No hacía falta decir nada. Sabía que no tenía nada que hacer contra aquella niña malcriada.
- Gea - me llamó Louis - ¿Es cierto? ¿Tú hiciste eso?
- No - dije simplemente.
- No la creáis, miente más que habla.
- De verdad, yo no hice nada - respiré -. Fue Julie.
- ¡Esto es el colmo! - gritó mi hermanastra. Se giró hacia mi dándole la espalda a sus padres y por un momento pude ver en su rostro como disfrutaba con todo esto.
Intentar defenderme no sirvió de nada.
Agité mi cabeza y me deshice de aquel horrible y reciente recuerdo. Me mordí el labio sintiendo como la rabia me consumía.
El metro se detuvo en su ultima parada y yo bajé rápidamente.
Estaba totalmente perdida. Saqué el papel que guardaba en mi bolsillo.
North Ivy Street.
Perfecto. ¿Dónde demonios estaba eso?
No tuve otro remedio que pararme a preguntar cada cinco minutos a personas que se atrevían a luchar contra este frío. Al final encontré la dichosa calle.
Llamé al timbre, y crucé los dedos.
Por favor, ábreme, por favor, por favor...
La puerta se abrió y el aire caliente del interior de la casa me golpeó. Pude verlo bien. Wow.
- ¿Gea? - me preguntó al verme -. Cuanto tiempo. ¿Qué tal estás?
Hice una mueca y él me invitó a pasar. Abrió bastante los ojos cuando entré a la casa arrastrando unas maletas conmigo. Tomé aire.
- De eso mismo quería hablarte - bajé la voz -. Necesito que me hagas un favor.

- A ver si me queda claro - dijo después de escuchar toda la historia -. Tus padres, los que te adoptaron, te han tirado de casa. Y ahí es cuando entro yo.
- Así es - dije, un poco hastiada de tener que repetirlo varías veces.
Apoyó sus codos sobre las rodillas y suspiró. No me hagas suplicarte, por Dios. Alzó la vista y me miró con sus impresionantes ojos verdes.
- Tendría que pensarlo - respondió por fin -. Además están Naveah y Bereth.
- No me importa dormir en el sofá - dije rápidamente. Sonreí.
Suspiró y se levantó del sofá. Dio varias vueltas por la habitación. Lo seguí con la mirada.
- De acuerdo - dijo de golpe. Me levanté del sofá de un salto - Pero dormirás en mi cama. Yo dormiré en el sofá.
- Gracias, gracias - comencé a saltar y a abrazarle como una adolescente desprovista de neuronas -. Muchas gracias, Aidan.
La puerta principal se abrió y por ella entró una niña morena y con los ojos azules. No tendría más de diez años. Tenía el pelo enmarañado y rizado, la cara llena de pequeñas pecas y unos ojos preciosos. Luego, detrás de ella, entró otra niña que era igual, pero con el pelo rubio y liso. Eran adorables.
- Hola - las saludó Aidan. Me escondí detrás de él cuando comencé a percibir las malas miradas que me echaba la morena. Mi amigo carraspeó - Chicas, esta es Gea, se va a quedar un tiempo con nosotros; Gea, estas son mis hermanas: Naveah - señaló a la morena y luego a la rubia - y Bereth,
- Hola - levanté la mano e hice un gesto de indiferencia, lo que hizo entrecerrar los ojos a Naveah. No se fiaba de mi. La verdad, yo tampoco lo haría.
Aidan me enseñó la habitación en la que dormiría, SU habitación. Me sentía culpable por hacerle dormir en el sofá cuando había hecho tanto por mi.
El cuarto era pequeño, no tenía nada como fotos familiares ni posters de chicas ligeras de ropa, era bastante sencillo. Una cama de hierro con la manta negra, un escritorio negro, un pequeño puf gris con letras blancas y una estantería de hierro llena de libros.
- Qué bonita - dije cuando estuve un rato examinando la estancia.
Le echó un vistazo y luego me miró a mi, y sonrió.
- Me alegro de que estés bien - y dicho esto se fue.

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